sábado, 16 de mayo de 2015

Lisboa

Era un martes cualquiera del mes de marzo cuando le propuse a mi padre de irnos a pasar el comienzo de la semana santa a Lisboa. Una buena idea para ahorrar en gasolina era utilizar la famosa página de "Blablacar" con la que buscabas gente que quisiese ir también al mismo destino que tú y así compartir el gasto de combustible.  Esa misma noche reservamos un hotel barato y céntrico y a las pocas horas ya nos habían comprado las tres plazas del coche.
Salimos el viernes 27 de marzo por la mañana, justo cuando comenzaban las vacaciones de semana santa, y regresaríamos el lunes 30 por la noche.
No era la primera vez que íbamos al país vecino porque ya habíamos entrado alguna vez a un pueblo cercano a Badajoz y teníamos muchas ganas de ir porque nos habían hablado muy bien de Lisboa.
La experiencia de ir durante el viaje con gente desconocida en tu coche fue divertida y extraña al mismo tiempo. El primer tramo de Madrid-Mérida lo hicimos con dos chicas muy jóvenes y un portugués bastante simpático que nos fue contando cosas de Lisboa. En Mérida hicimos una parada para cambiar a una chica por otra y a mi padre se le ocurrió la genial idea de dejarme conducir....   Una vez entrados en territorio luso nos dimos cuenta de los malas que son las carreteras que hay allí, de peaje por cierto, en las que te encuentras una gasolina cada 50 km o más. No nos quedamos tirados por los pelos de lo tanto que apuré para parar hahaha.
A Lisboa llegamos cuando ya era de noche (recordemos que en Portugal es una hora menos que en España), después de cruzar el puente y dejar a la gente esta nos dispusimos a buscar nuestro pinche hotel. Un fallo por mi parte fue no haber llevado un mapa o algo con lo que buscar la dirección de la calle. Eso sí, llevábamos en Lisboa apenas una hora y ya nos habíamos dado cuenta de que te cobran por todo (hasta por cruzar el puente) y de que los carteles no se ven un carajo.


Después de dar mil y una vueltas con el coche conseguimos llegar al hotel. Yo pensaba que el portugués se entendía más por eso de parecerse al español pero parecía ruso o una cosa extraña.
La verdad es que el hotel era bastante decente para el precio que pagamos, sin duda lo mejor de todo era la cama y la ducha. Para cenar bajamos a inspeccionar algún restaurante de por los alrededores pero todo estaba cerrado porque allí cenan bastante antes que nosotros. Lo única posibilidad que quedaba era ir a una gasolinera y comprar un sandwich, con un poco de sushi en un sitio que encontramos abierto.


Habíamos descansado como nunca en una cama de lo más cómodo que veía en años, así que con energía y ánimos subimos a desayunar al mini buffet que había en la terraza. Para aprovechar el sábado al completo planeamos ir a visitar Sintra y alrededores, lo cual nos habían recomendado efusivamente.
Sintra es una villa portuguesa o a unos 30 km de Lisboa enclavado en un pequeño parte natural y zona forestal. Nombrada como ciudad Patrimonio de la Humanidad nos ofrece un patrimonio esquisto con un tipo de arquitectura muy portugués y colorido.
Intentamos llegar pronto porque ya nos habían avisado de que se iba a llenar de turistas, dejamos el coche aparcado al comienzo de la villa y comenzamos a visitar esta pequeña joya.



La primera visita fue a la Quinta da Regaleira, una quinta de cuatro hectáreas con un palacio, jardines, lagos, grutas, pozos y edificios enigmáticos. Un lugar que no os podéis perder si visitáis Sintra. Yo creo que nos perdimos unas dos horas por estos jardines, además de lo espectacular del lugar el tiempo soleado que hacía acompañaba mucho.






Pero sin duda la parte que más me gustó fue la de los pozos con escalera de caracol. Había uno más sencillo y como derruido y otro en perfecto estado.





Como ya he dicho era enorme y no voy a enrollarme más....
La siguiente parada era el Palacio da Pena y el Castelo dos Mouros, ambos situados en el punto más alto de la zona. Teníamos dos opciones para llegar hasta arriba: andando o un autobús. Todos los que me conozcáis un poco sabréis que convencí a mi padre para ir andando y así ahorrarnos el billete del bus. Desde luego que no fue la mejor opción porque además de que mi padre se fue quejando todo el camino a mí me dolía el pie a rabiar y tenía que ir cojeando.
Hicimos la subida por un supuesto atajo que te llevaba por toda la zona boscosa hasta llegar a la carretera y desde allí continuar por donde iban los coches. Poco a poco íbamos viendo asomarse al imponente colorido palacio y alguna que otra muralla del castillo.



Después de un largo y duro camino conseguimos llegar a la cima y empezamos por visitar el castillo dos Mouros, construido por los árabes en su invasión a la Península Ibérica. Después del reventón de la subida como que no apetecía mucho ponerse a subir murallas y escaleras así que solo nos vimos las más altas o con mejores vistas. El día se había comenzado a nublar por lo que se nos echaron a perder un poco las vistas.


                           
                                 Como podéis ver se veía toda la villa de Sintra desde allá arriba.



Antes de se pusiese a llover (o eso parecía) fuimos a visitar el Palacio da Pena, residencia de la familia real portuguesa durante el siglo XIX y una de las mejores muestras del estilo románico en el país. Un palacio que se podría incluir dentro de lo exótico, repleto de colores y con un estilo bastante peculiar. Lo más destacable eran los azulejos que había por todo el palacio. Tampoco nos demoramos mucho visitando este lugar porque se nos iba a hacer demasiado tarde para comer y el cansancio se hacía notar.






Esta vez no bajamos al pueblo andando sino que lo hicimos en el autobús que por cierto costaba una pasta, creo que fueron 3 euros cada uno solo por bajar unos pocos kilómetros. Nos dejó a la entrada de la zona peatonal desde donde fuimos a dar una vuelta por sus callejones y así buscar algún sitio para comer. Por eso de ser sábado y hora punta todos los sitios estaban abarrotados.




Finalmente comimos en un buffet libre que resultó no estar nada mal para la hora que era. Con el depósito lleno y las energías renovadas nos fuimos con el coche lo más rápido posible para que no se hiciese de noche al Cabo da Roca, considerado como el punto más occidental de Europa.
Una vez llegamos allí y abrimos las puertas del coche nos azotó un viento que casi nos tira al suelo, la fuerza que tenía junto a la arenilla que arrastraba hacía que andar fuese toda una aventura.




El lugar era muy lindo, típico paisaje oceánico con los acantilados escarpados, todo muy verde y un mar cual menos bravo. Dimos una pequeña vuelta para acercarnos un poco a la zona de las rocas y como el sol ya se estaba yendo nosotros decidimos pasar antes por la playa.





Bajando por toda la zona de acantilados llegamos a los alrededores de Cascais donde estaban las playas, todas casi vírgenes por supuesto.  Después de hacer un poco el chorra ya era la hora de retirarse al hostal y descansar.



Pero llegar no allí no iba a ser tan simple, empezando por el cabreo que se pilló mi padre con la mala señalización de las carreteras y el tener que pagar constantemente los pinches peajes. Y terminando porque nos tocó dar miles de vueltas para conseguir aparcar. Eso sí, una vez que lo logramos ni que decir de que no lo movimos hasta el día que nos regresábamos a Madrid.

Una vez más nos tocó cenar comida de gasolinera por falta de planificación y de fondos todo hay que decirlo. Todo el día había estado con el pie reventadísimo, lo tenía dolorido y hecho polvo así que un poco de relax le vino de lujo. Esa noche además hacían el cambio horario al de verano por lo que dormíamos una hora menos. 

Al día siguiente tocaba madrugar porque nos esperaba un largo domingo por delante.  Después de reponer fuerzas en el desayuno sencillo pero variado que nos brindaba el hotel marchamos hacia la parada de autobús para tomar uno hacia el barrio de Belém.

La ciudad de Lisboa se encuentra dividida en varias zonas o barrios diferenciados: La Baixa, El Chiado, el Barrio Alto, La Alfama y Belém. En esta última se encontraban muchos monumentos importantes los cuales íbamos a visitar esa mañana. Es necesario mencionar que todos estos barrios se tuvieron que reformar y se vieron muy afectados por el terrible terremoto que sufrió la ciudad en el año 1755.
El bus nos dejó muy cerca del primer lugar que íbamos a visitar: el Monasterio de los Jerónimos. Un lugar con una belleza impresionante en el que predominaba el estilo plateresco. 




Sin embargo la cola que había te quitaba todas las ganas de entrar, y eso que la semana santa como tal no había comenzado….. no me quiero imaginar cómo tiene que estar en temporada alta. Nosotros compramos una entrada combinada aprovechando que te mejoraba el precio si luego visitabas también la Torre de Belém. Yo me las saqué individuales porque el precio por estudiante era mucho más atractivo y económico.
Una vez conseguimos entrar pudimos dar una vuelta por el claustro y el patio antes de que entrase todo el mogollón de gente ¡Ventajas de madrugar!. El lugar era mucho más pequeño de lo que me había imaginado o más bien lo que estaba reducido era la zona disponible para el público. Desde luego que se puede meter dentro de la lista como lugares imprescindibles.




La zona de Belém es bastante moderna y se hace notar con sus tranvías, tiendas y arquitectura. El siguiente lugar a visitar era el Monumento a los Descubrimientos, construido en 1960 en la margen del río para conmemorar los 500 años de la muerte de Enrique el Navegante. Nos dijeron que se podía subir a un mirador que había en la parte de arriba pero no nos apetecía soltar más pasta si ya íbamos a pagar por la Torre más tarde.



En esta foto que pongo a continuación podéis ver una especie de Cristo Redentor en miniatura que había a un lado del Puente 25 de Abril.


Siguiendo la zona del paseo con la desembocadura del río Tajo (unido al océano Atlántico) te llevaba a la Torre de Belém y a un parque colindante donde había mucha gente jugando al fútbol.                La Torre de Belém fue construida en el siglo XVI siguiendo el estilo renacentista portugués, sin un tamaño nada imponente en un principio sirvió como defensa de la ciudad ante los ataques piratas para quedar luego como edificio encargado de almacenar los tributos cobrados, 



La cola para entrar aquí era mucho peor que en el otro sitio, no exagero si digo que estuvimos como una hora para entrar al edificio. Nada más entrar nos dimos cuenta de que la espera no había merecido la pena porque además de que era pequeño había que esperar también a que un semáforo te indicase con luz verde cuando podías subir a las plantas superiores.  Lo mejor de todo fueron las vistas que nos encontramos de toda la desembocadura en la parte más alta.




Una vez terminamos de visitar los tres lugares el estómago nos pedía a gritos que nos fuésemos a comer y no se lo negamos. Pero antes en la salida nos encontramos con un chico muy joven que estaba pidiendo dinero tocando el acordeón mientras su perro sostenía el bote del dinero con los dientes. Nos hizo mucha gracia y mi padre fue a echarle dinero pero la lió porque metió la moneda mal y el perro empezó a ladrarle hahaha


Buscando por unos callejones nos encontramos con un restaurante que tenía muy buena pinta. Allí nos comimos algunos platos de pescado de la zona que ya teníamos muchas ganas de probar acompañado de una buena cerveza 100 % portuguesa como es la Super Bock, para mí mucho mejor que su rival la Sagres (por lo visto característica del sur).



Después de la buena comilona ya solo quedaba ir a probar los famosos pasteis de Belém que vendían en una tienda que por lo visto llevaba un porrón de años.  La tienda por dentro estaba chulísima y despechaban a la gente con una rapidez pasmosa. Me sorprendió gratamente el precio de los pasteles, creo recordar que no llegaba a un euro cada uno y eran grandecitos.





Ya era hora de tomar uno de los modernos tranvías hacia el centro. Esperando en la parada me tocó pasar por uno de los peores momentos del viaje. Todo comenzó con que los pasteles te los daban con un poco de canela para que acompañases con la parte de dentro que era al estilo de natillas, pues mi padre que es muy listo me puso toda la bolsaza de canela. Al meterle un bocado me tragué toda la canelaza y me empezó a dar un ataque de tos en la parada… Os podéis imaginar a la gente mirando y a mi padre riéndose, mientras a mí me costó unos diez minutos volver a poder hablar.
 El tranvía nos dejó justo en la Plaça do Comercio la plaza más grande e importante de la ciudad mirando hacia el mar. Allí fuimos a la oficina de turismo para que nos diesen un mapa y así poder orientarnos por sus enredadas calles.



 Nos metimos por una de las calles del lateral de la plaza con la intención de llegar a la catedral o sé pero nos perdimos un poco. Las calles de Lisboa están un poco descuidadas y faltas de limpieza, la mayoría de sus edificios parecen abandonados aunque sus bonitos azulejos los mejoran un poco.



La catedral asomaba ya entre los edificios y nos fuimos guiando hasta que nos sorprendió el famoso tranvía 28 que pasaba a nuestro lado. Este tranvía de madera desprende historia en sí mismo debido a su antigüedad y me recordaba mucho al de San Francisco. Cada vez que pasaba todo el mundo se paraba para fotografiarlo. La verdad es que es una preciosidad y para la ciudad es muy útil ya que moverte entre las subidas y bajadas que dominan sus calles puede hacerse un poco pesado si se hace andando.




La catedral es el edificio religioso más antiguo de la ciudad ya que data del siglo XII con un estilo románico que predomina sobre los demás.  Ha tenido que ser modificado varias veces, sobre todo después del gran terremoto.  El edificio no es que fuese muy bonito así que lo pasamos un poco de largo sin entretenernos mucho y nos fuimos a tomar un café en una de las calles de la zona de La Alfama.



Aquí podéis ver el peculiar "lechero" que me tomé en la terraza. Parecía estar tomando un café desde un biberón...


Además por esta zona abundaban los restaurantes en donde tocaban Fado. El Fado es la expresión más conocida internacionalmente de la música portuguesa. En él se expresan los malos momentos de la vía a través del canto. Generalmente es cantado por una sola persona, acompañado por una viola. Fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y se nota porque está muy explotado turísticamente. Cenar en uno de esos restaurantes por lo visto era bastante caro y nuestro presupuesto no nos lo permitía.


Lo que nos quedaba ahora era ir subiendo en dirección al castillo para ver varios de los numerosos mirador que había en la ciudad. Sin duda alguna mi favorito fue el primero y ahora veréis porqué.



La noche se nos estaba echando muy encima y poco a poco fuimos subiendo al resto de miradores. Uno de ellos estaba muy cerca del castillo que domina la ciudad desde un pequeño cerro.



Este domingo ya llegaba a su fin al igual que nuestra hora de retirarnos al hostal no sin antes parar en un supermercado para comprar algo de cena. Volvimos andando y callejeando por las calles con la ayuda de nuestro mapa aunque se nos hizo un poco complicado conseguimos llegar y descansar en nuestra querida cama.

Esta vez madrugamos más que el resto de los días anteriores pero es que la ocasión lo merecía porque solo nos quedaban unas horas de visita antes de abandonar la ciudad y regresarnos a Madrid. Era un lunes laboral y se notaba en la calle, por eso fuimos precavidos y le pusimos el ticket de aparcamiento al coche.
Decidimos terminar de visitar algunos lugares del centro que nos quedaban y el Barrio Alto. Para ello bajamos andando por la plaza de Marques de Pombal a través de una avenida muy parecida a la Castellana. Antes de llegar a la Plaza del Rossio nos topamos con uno de los elevadores que cubrían tramos muy pequeños de algunas calles de la ciudad para salvar las subidas que se podían hacer muy duras.



Justo esta calle daba hacia un mirador que tampoco merecía mucho la pena por lo que no me pararé en ello. Como podéis ver en las fotos las calles estaban un poco descuidadas y llenas de pintadas.
Una vez bajamos a la Plaza del Rossio vimos que estaba llena de comercios y de mucha vida lo que la diferenciaba un poco de las demás. Allí me ocurrió una cosa digna de contar y es que mientras yo estaba haciendo algunas fotos de la plaza se me acercó un hombre con pintas muy raras para venderme algo, el tío quería que le comprase marihuana. Cuando me escuchó hablar me dice “ahhh que eres español, yo soy de Badajoz”, según él allí en Portugal era legal comprar no se cuantos gramos de maria. Después de decirle mil y una veces que no me interesaba me dejó en paz.




Al final de la plaza estaba la entrada al paseo comercial que acababa en el arco de la plaza del Comercio. En esta parte estaban los restaurantes más caros de la ciudad, algunos comercios curiosos y el elevador de Santa Justa al que no subimos por falta de interés y de tiempo.




Sin llegar a entrar en la plaza del Comercio nos desviamos para visitar la última parte de nuestro viaje: El Barrio Alto. Este barrio fue el más afectado por el terremoto de 1755 y se nota porque hay algunas casas que están en muy mal estado u que se nota las varias reformas que se han tenido que llevar a cabo. Como el propio nombre indica es un barrio que está en la parte alta de la ciudad por lo tanto las cuestas y subidas son numerosas, muchas de ellas salvadas por los elevadores ya nombrados. También pudimos ver muchos edificios con los típicos azulejos de la zona que ya veníamos viendo el resto de los días.




Mi padre ya estaba cansado de subir y bajar tantas cuestas que se separó de mí un rato y se fue a ver algunas tiendas artesanales de sardinas enlatadas y cosas por el estilo que le gustan a él. Una vez abajo nos fuimos hacia el paseo marítimo para llegar hasta la parte que se juntaba con la plaza. Aquí tocaba fin nuestro viaje y con ello nuestra pequeña escapada, pero no sin antes relajarnos un poco sentados bajo el sol mirando al mar.




Antes de regresarnos a Madrid paramos a comer un arroz caldoso en unos de los restaurantes de la zona. Mi padre tenía un poco de prisa porque debía ver una obra en Mérida antes e íbamos un poco con el tiempo pegados. Antes de tomar el metro nos tomamos unos pasteles portugueses que tengo que decir que están deliciosos.
El metro de Lisboa no es muy eficiente, sino que es lento y con demasiados transbordos. El nuestro una bendición comparado con este.  Ahora sí que sí agarramos nuestras mochilas y nos fuimos hacia Madrid.

Haciendo balance del viaje puedo decir que estuvo muy bien y que me esperaba mucho menos de estos lugares. Quizás los españoles pecamos al pensar que Portugal no merece la pena visitarlo por eso de estar tan cerca de nosotros pero claramente nos equivocamos y es por eso que os animo a conocerlo si aún no lo habéis hecho.
También he de reconocer que pensaba que el portugués se entendía mejor pero a veces incluso se parece al ruso o a otra cosa que no sabría catalogar. El punto más negativo que le veo a Lisboa es la suciedad y la descuides como ya venía diciendo antes.
Para terminar quería poneros este vídeo de mi padre echando pestes sobre los peajes y demás. Espero volver a escribir pronto.


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